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Los Pescadores saben que la mar es peligrosa y la tormenta terrible, pero nunca han encontrado en estos peligros razón suficiente para permanecer en tierra! (Vincent Van Gogh) |
miércoles, 17 de septiembre de 2014
¡Sur, Bendito Sur!
domingo, 7 de septiembre de 2014
Historias del Parque
Esta historia me llegó como
llegan la mayoría de las historias a mi vida, y supongo que a la de
cualquier persona…sin avisar y sin pedir permiso.
Pasamos/paseamos por las calles y
apenas reparamos en las personas que nos cruzamos. Son seres anónimos que no
dejan rastro ni huella en nuestra retina. Apenas unos instantes y se convierten
en humo. Vivimos en un mundo que ha hecho de lo efímero su bandera y la
posibilidad de dejar traza es escasa.
Si además eres un “sin techo”, un
vagabundo o como ahora gustan de decir, un “homeless”, el riesgo de ser aún más
invisible se multiplica por muchos enteros. Son parte del mobiliario urbano a
los que nuestra retina se acostumbró rápidamente y conseguimos pasar por su
lado sin rozarles, ni siquiera con la mirada. Es tan sencillo como poner el
filtro de “no existen” en su versión mas extrema. Son la cara B de esta sociedad que nos amolda
a sus cánones y nos tritura la sensibilidad hasta límites insospechados. Y
calmamos nuestro Pepito Grillo mirando hacia otro lado o…en el mejor de los
casos, dejando unas monedas que, apresuradamente, sacamos del monedero y dejamos, con la vista
baja, casi avergonzados por nuestra escasa generosidad, en ese cuenco que ellos alargan, buscando los restos de la bondad humana que
queda en nuestros bolsillos.
Conocí a Felipe por casualidad. Él era parte del escenario que
yo atravesaba cada día al amanecer camino de mi trabajo. Ocupa, cada noche, un
banco de madera en los soportales del parque, siempre a la espera de que niños
y padres decidan irse a sus hogares y él pueda desplegar sus enseres para poder
dormir. Su equipaje es escaso (no podría ser de otra manera!!!). Apenas una bolsa
de plástico con lo justo para evitar las noches que ya empiezan a ser frías, con una manta, algo de comida y sus muletas,
que cuidadosamente reclina sobre la pared hasta la mañana siguiente.
Alguna noche, volviendo a casa,
le he observado desde lejos. No hace ruido, solo se extiende mínimamente para
conseguir conciliar un sueño sobre unos listones de madera y a la espera de que
los soportales no se conviertan en una zona de paso para demasiada gente. Todo
ello sin olvidar que nunca faltan los “sin alma, hartos de alcohol” que deciden
entretenerse a costa de un pobre hombre que solo quiere que pase la noche
cuanto antes, como si el alba o el nuevo día fuera a venir cargado de novedades.
Seguramente habría seguido siendo
así siempre de no haber sido por la bendita casualidad, que siempre nos
sorprende.
Hace unos días, al acabar el
día, recalé en un bar de mi barrio y
allí estaba él, apurando un vaso de leche y un bocadillo, que la dueña del bar,
una chica cubana con toda la sal y el encanto del Caribe, le regala cada noche…
y seguramente, cada mañana cuando recoge su hatillo de los soportales del
parque.
Por ella le puse nombre al señor
del jersey verde y pantalón de invierno del banco del parque, , por ella supe que
desde hace bastante tiempo tiene problemas serios con el alcohol, que no es la
primera noche que los servicios de emergencia se lo tienen que llevar … que
tiene hijos , que tiene una pensión de 800 euros que cobra cada mes a la altura
del 25 y que tres días después ya no le queda nada porque una mujer sin alma y
sin escrúpulos se los limpia bajo la promesa de dejarle un hueco en su casa…
que sus rodillas se quejan cada vez mas y que el frío no es su mejor aliado. En
unos minutos y con la soltura y el desparpajo que despliega, me hace un relato
pormenorizado de Felipe , sin importarle lo más mínimo que él está delante y
que no levanta la vista del suelo. Imagino que ella goza de su total confianza
y que no le ofende lo que ella cuenta y relata con la naturalidad que la
acompaña. Al fin y al cabo, es el único ser humano que se ocupa de él, que le
riñe cuando se sobrepasa con el alcohol, le pone el vaso de leche caliente y le
da un poco de conversación al empezar o al acabar el día. Debe ser el precio a
pagar por ello. Su vida carece de la intimidad necesaria. No deja de ser parte
del escenario cotidiano al atravesar el parque.
Hoy me atreví a acercarme a él,
con todas las reservas que me produce irrumpir en la vida de una persona, con
todo el pudor que me da “asaltar” a alguien. Necesitaba pedirle permiso para
hacer lo que estoy haciendo: contar su historia con torpes palabras y dejar
constancia de ello con mi objetivo. Me acerqué a él y le dije quién era y lo
que quería. Creo que la palabra que más repetí fue “perdón si le molesto”. De
repente se me atropellaban las palabras y era incapaz de explicarle lo que
buscaba. Afortunadamente, un cigarrillo templó la situación y me senté en su
banco.
Es increíble la necesidad que
tiene el ser humano de comunicar, de transmitir, de que alguien escuche tu “por
qué”… De repente se abrieron las compuertas y de corrido me contó su historia,
su dramática historia, tan cotidiana, por tantas veces escuchadas en otros
lugares, y tan cruel y despiadada cuando le pones cara y nombre a un relato. Un
matrimonio fallido, un salir con lo puesto de casa y un empezar a rodar por los
caminos, de pueblo en pueblo, cual canto rodado de río. Y los tumbos y los
coscorrones se convierten en moneda habitual. La cuesta abajo emocional se
vuelve familiar.
Nada de lo vivido y de lo
conocido sirve como referencia a partir de entonces. Porque cada día es una
lucha por sobrevivir y solo vale para el día en curso. Del de mañana nos
ocuparemos mañana. Hoy tengo que conseguir un techo para poder dormir, saber
dónde me podré asear al levantarme y conseguir unas monedas de la generosidad
ajena. Eso o que alguien te invite a un trago.
El día de Felipe discurre asi. Empieza muy temprano (las máquinas barredoras
del parque le despiertan antes de que amanezca) y acaba muy tarde, porque las
terrazas cercanas mantienen un público nutrido de padres y niños que se
obstinan en prolongar la noche, para pesadilla de él. En neto, apenas unas 3 o
4 horas de silencio. De sueño…alguna menos, estoy segura. Y así como la noche
pasa muy deprisa, el día se empeña en alargarse. Y tampoco es que haya mucho
que hacer, pero qué cierto es lo de que los días son eternos cuando no tenemos
con qué rellenarlos.
Me narraba sin apasionamiento que
intentó llamar a la puerta de la iglesia (alguna noche ya durmió en su
soportal). Pero imagino, aunque no me lo ha dicho explícitamente, que era un
elemento molesto para las almas cumplidoras que cada mañana acuden a misa
diaria en busca de … Por ello cambió de parcela y decidió no “acogerse a
sagrado”. Buscó un lugar donde comprometiera menos la conciencia de los que
acuden cada día a sus deberes para con la Santa Madre Iglesia. Ahora es un
elemento mas de los soportales del parque, y junto con el banco, las palomas,
los árboles que ya anuncian otoño y el quiosco de la música, forman un todo que
a nadie sorprende ni impresiona.
Y ese es quizá el terrible drama de historias
de tantos Felipes que se nos cruzan a diario en nuestras vidas. No nos
conmueven (excepto que sea Navidad y tengamos la falsa sensibilidad
mas cerca del bolsillo) ni nos sobresalta ni nos estremece. Hemos cubierto
nuestra piedad y nuestra compasión de un líquido extraño pero que tiene la
capacidad de resbalar sin ahondar, sin llegarnos al alma.
Al despedirme de él y desearle
buen día no pude evitar una extraña sensación. Me miraba desde sus ojos miopes
con un brillo que no acerté a explicarme,
y , que aún ahora, varias horas después,
me cuesta entender. Durante más de una hora le había contado su historia a una
extraña; durante más de una hora, un ser casi anónimo me había relatado sin
pudor su rodar desde el año 2003 que dio el salto al vacío, sin red, y se marchó de casa
con lo puesto.
No puedo adivinar cómo se ha sentido él. Pero
sí puedo decir el sabor ácido que a mí me ha dejado conocer a Felipe. Tocar con
los dedos un drama real, escuchar, sin apasionamiento, un relato de descenso a
los infiernos, mirar a los ojos a un hombre que le cuesta levantar la vista del
suelo… ha sido una toda una experiencia de
las que dejan rastro en la sensibilidad, te reconcilian con “tus problemillas”
y te hacen sentir un privilegiado por casi todo lo que tienes, aun cuando te
falte de casi todo.
He vuelto a mi zona de confort.
Felipe se quedó allí en el banco. Pero al volver la vista atrás no pude evitar
sentir una punzada, mezcla de casi todos esos sentimientos que nos invaden a
veces. Tristeza, culpa, rabia,
impotencia, solidaridad… y algunas más que callo por pudor.
Quise escribir esta historia
porque creo que si sólo pusiera las fotos no tendrían la fuerza que quiero
transmitir. Felipe se merecía mi reflexión, aunque sea con torpes palabras y
sin altura literaria. Sé positivamente que mi contribución a mejorar su vida ha sido de “poca a muy poca”.
Apenas un ratito de conversación, unos cigarrillos y …poco mas. Yo volví a mi
burbuja y él se quedó allí, en la suya con agujeros, fría, húmeda y poco
soleada. Y con unas goteras …!!!!
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